domingo, 13 de enero de 2013

Untitled (Provisional name). Capítulo 1.

Por si no leísteis el prólogo, aquí lo tenéis: http://junmaventuraspokemon.blogspot.com.es/2012/11/nueva-historia.html

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Recuerdo que cuando todo surgió yo no era más que un adolescente, sin preocupaciones en la vida más allá que el aprobar los exámenes y, siendo sinceros, tampoco me preocupaba demasiado.
Iba a una universidad pública de renombre europeo: la Complutense de Madrid. Tenía 19 años y estaba en los inicios de mi segundo curso.

Discúlpame si te parecen aburridos los temas de mi vida, pero prometo que todo tendrá su relevancia más adelante. No obstante, eres tú el que tiene el libro que he dejado escrito y es tu decisión el leerlo entero o saltarte las partes aburridas. Yo sólo pretendo que tengas una constancia completa de lo acontecido en el mundo.

Como iba diciendo, yo era una persona complicada, escéptica a veces y muy paranoico otra tantas. No creía en monstruos que salieran de debajo de mi cama, o al menos quería no creer en ellos, porque me asustaba la idea de que fueran reales.

Esa mañana Twitter andaba muy calentito, toda la gente a la que seguía hablaba de lo mismo; de los ataques que se habían producido en E.E.U.U. Por una supuesta célula terrorista suicida. Al parecer, se habían visto afectados por un ataque biológico un gran grupo de militares y de civiles.
Se hablaba de guerra bacteriológica, o de guerra a secas.

Durante el ataque perpetrado, los terroristas habrían hecho detonar un artefacto explosivo que liberó un gas muy nocivo. Se hablaba de cientos de muertos. Incluso había quien decía que los terroristas habían tratado de matar a los militares que habían evadido la explosión con uñas y dientes.

Todo era bastante confuso e incoherente. Parecía una pesadilla o un libro mal escrito.
No le di demasiada importancia, Obama se enfadaría y decidiría atacar los países islámicos porque sí. Por suerte todo aquello nos pillaba bastante lejos. Al menos, eso era lo que yo pensaba.

Pues bien, una semana más tarde, cuando monté en el tren para ir a la universidad y vi la niebla que cubría todo el entorno a más de cinco metros, el desasosiego se apoderó de mí. Empecé a imaginar la explosión del tren, ¿por qué esos terroristas cabrones no iban a hacer lo mismo en otros países?

Mi escepticismo salió a flote una vez más para advertirme de que era poco probable que algo así ocurriera fuera de mi cabeza, por lo que simplemente saqué el portátil de la mochila y me puse a leer. Conforme avanzaba en la línea de tren, me iba relajando, parada tras parada, riéndome para mis adentros debido a la lectura de la que disfrutaba.

De pronto una toses me hicieron girar la cabeza. En una de las puertas de acero del vagón en que viajaba había un hombre tosiendo escandalosamente, desde mi punto de vista se le veía cansado y demacrado, era probable que llevase días sin dormir, o que estuviese resfriado, pero... Mi incredulidad volvió a esconderse en mi interior para hacer aflorar la paranoia. Sé que era una tontería asustarse por un hombre tosiendo cuando la gripe ha comenzado a atacar, pero cuando lees muchas novelas de terror te acabas creyendo que vas a presenciar cómo alguien muere y revive al poco o cómo una linda chica te seduce para sorberte toda la sangre.

Volví mi vista al ordenador, había saltado el protector de pantalla. Decidí que era suficiente lectura por ese viaje, así que guardé el ordenador de nuevo en mi mochila. Me asomé a la ventana... Sombras, estábamos en un túnel. La megafonía anunció Méndez Álvaro cuando se oyó un ruido como de objeto pesado golpeando el suelo.
El hombre de las toses se había desmayado, y al contemplarlo me recorrió un escalofrío por toda la espalda. Me puse nervioso y me levanté de mi asiento, dispuesto a bajarme en aquella parada y alejarme lo máximo posible de él. Justo cuando estaba a punto de salir del vagón, el hombre que se había desmayado se levantó y... Agradeció a quienes habían corrido en su ayuda. Después bajó del tren y desapareció entre la multitud.

Estaba de los nervios, tanto que me pareció ver por la ventana cómo un hombre caía al suelo llevándose consigo a una pobre mujer que estaba despistada.
No sabía si era mi imaginación o no, y eso me preocupaba. Estuve nervioso y asustado las siguientes tres estaciones, hasta la parada en que me bajé: Laguna.

La estación se encontraba en relativo silencio, no había nada fuera de lo normal. Relajándome mientras pensaba en lo estúpido que estaba siendo crucé los tornos de la Renfe y bajé las escaleras mecánicas buscando el transbordo de metro. Al llegar a la cabina de información, vi que no había nadie, y que en una puerta cercana sobresalían dos piernas. Mi curiosidad me obligó a acercarme cautelosamente a aquella escena. Me asomé a la habitación y la visión de su interior me hizo retroceder con tal premura que caí de espaldas al suelo conteniendo un grito de espanto.

Cerré fuerte los ojos y la visión volvió a aparecerse ante mí; un rostro de hombre demacrado lleno de costras extrañas y unos ojos blancos lechosos con multitud de capilares reventados. Un escalofrío me recorrió toda la espalda y me apremió a ponerme en pie justo cuando el resto de los pasajeros, más lentos que yo, terminaban de bajar las escaleras mecánicas y cruzaban la esquina para verme desaparecer por el otro extremo de la sala todo lo rápido que me dejaban los nervios.

Me temblaban las piernas y había echado a correr sin ninguna razón. O eso era lo que me decía mi cerebro, que tuvo que callar debido al estruendoso grito de una mujer proveniente de los tornos del metro, cerca de donde había contemplado tan terrible escena. El metro llegó justo cuando todo el mundo miraba hacia atrás y algunos iban a ver a qué era debido el chillido. Mi curiosidad no era tan grande como para vencer al miedo y simplemente entré en el vagón y me quedé mirando la entrada mientras esperaba que nos pusiéramos en marcha.

Las puertas se cerraron y el tren inició el camino. Mi corazón comenzó a relajarse un poco mientras aún sudaba de la tensión. Una señora me preguntó si me ocurría algo, pues tenía el rostro pálido como si estuviera enfermo, me ofreció un poco de agua que rechacé alegando que estaba bien, pero que había tenido que correr para no perder el metro.

Mientras avanzaban las estaciones mi mente recordaba lo ocurrido y cavilaba historias de ciencia ficción. Por mi mente se pasaba la imagen de aquél cuerpo inerte, tendido en el suelo, y levantándose en busca de sangre, sangre humana. ¿Vampiros? ¿Zombis? ¿Hombres lobo? Mi mente no creía nada de ello, pero en el fondo temía que fueran reales. Tal vez fuera una infección muy grave de algún tipo de virus, pero yo era casi como un Don Quijote de mi época.

Llegué a la estación de Ciudad Universitaria y salí todo lo aprisa que pude del vagón y quedé atrapado entre la aglomeración intentando llegar a las escaleras mecánicas de subida para poder salir de allí. Tras las primeras escaleras, un largo pasillo, al fondo una salita cuadrada donde un violinista callejero tocaba el vals de Amelie. Otras escaleras mecánicas y los tornos. Y por último más escaleras que subí corriendo para seguidamente torcer a la izquierda y dirigirme a la salida que daba a la Facultad de Medicina.

El aire me golpeó la cara como una suave brisa de verano. Por fin podía respirar el aire puro y relajarme un poco. Caminé rumbo a la Facultad de Ciencias Biológicas y Geológicas, situadas en el mismo edificio y cuyo camino desde el metro pasaba cerca de distintos edificios de la Facultad de Farmacia y el Jardín Botánico.

Al pasar el primer jardín e ir acercándome al primer edificio de farmacia, volví a oír un grito femenino. Me giré y vi cómo un hombre caía sobre una chica, besando ambos el suelo y reuniendo un corro de gente alrededor que quería ver qué estaba pasando.

Yo me había quedado quieto mirando en esa dirección cuando de pronto algo me impulsó a seguir avanzando, a correr, a esconderme y ponerme a salvo. Dejé de caminar y pronto me sorprendí huyendo a toda velocidad, como el estudiante que llega tarde a las prácticas o algún examen.

Seguí oyendo algún grito aislado a mi espalda, resonando en mi oído. Probablemente imaginación mía. Pero una vocecita en mi cabeza decía que no, que era real, que el ataque biológico de los terroristas había llegado de algún modo a Madrid, hasta mi universidad. Me puse a pensar y maldije no haber mirado qué decían las noticias sobre aquello. Cuáles eran los síntomas, el medio de propagación, la mortandad, el tiempo de incubación, TODO.

Empecé a pensar en si yo estaría infectado, y rápidamente, como un hipocondríaco cualquiera, empecé a toser, a sentir dolor de cabeza y creer que me ardía el cuello. Secándome el sudor de la frente entré por la puerta principal de la Facultad de Biología y Geología y subí por las escaleras que había en frente. Seguí el pasillo y giré a la izquierda en un ángulo de casi 180 grados. Una puerta quedó frente a mí y un cartel encima; “Asociaciones Alumnos”. Abrí de golpe y jadeando.

El cuarto era amplio, lleno de montones de sillas azules, con una gran mesa al centro de la habitación, rodeada del mismo tipo de sillas. Un sofá verde y desgastado del uso adornaba la pared derecha y un poco más al fondo una mesa auxiliar con un ordenador de sobremesa antiquísimo. La pared izquierda estaba llena de los armarios de las distintas asociaciones. En el extremo más próximo a la puerta había un escritorio junto a un sillón con ruedas la mar de cómodo y detrás suyo una pizarra con los horarios de reuniones de todos los clubes escritos.

En el interior del local se encontraban Alberto y María. Ambos se sobresaltaron ante mi precipitada entrada. Alberto apartó su vista del ordenador mientras me preguntaba por mi prisa mañanera.
¿Qué sabéis del ataque de hace una semana?” Dije sin prestar atención a las palabras de Alberto.
-Pues joder, no mucho, sólo sé que fue un ataque bacteriológico o viral, aún está por confirmarse. Evacuaron toda la zona circundante y fueron aislados en régimen de cuarentena y esas cosas. También se llevaron algunos cadáveres sin reclamar para el estudio del agente patógeno.- Alberto me miró con interés. -¿A qué viene el querer saber de esto una semana después de que se produjera?
-Creo que ha llegado a España.- Dije mientras me sentaba en una silla y trataba de recuperar una respiración normal. -¿Cuáles son los síntomas? ¿Cómo se propaga?
-Tanto no sé, hace unos días que me dejó de interesar.
-Según la CNN ya han descubierto que la enfermedad está causada por un virus, una mutación de alguno ya existente, pero una cepa mucho más resistente y virulenta- María había intervenido en la conversación -se propaga mediante el contacto, por el agua, pero nunca por el aire, a menos que alguien infectado te tosa en la cara, claro.- Hizo una pausa. -Los síntomas son fiebres y mareos, vómitos, la erupción de pústulas y hemorragias internas, en última instancia provoca la muerte por agentes oportunistas en un 90% de los casos.
-¿Cuánto tiempo de incubación tiene?- Pregunté mientras pensaba en lo dicho.
-Eso aún no se ha confirmado oficialmente, pero por internet se habla de pocos días e incluso horas.

En mi mente bailaban todos los datos ofrecidos y empezaba a preguntarme por la veracidad de mis cavilaciones.
-¿Algún otro disturbio menor que hayas visto en la CNN, María? Como sabes yo no la pillo.- Dije intentando recopilar más información.
-Sí, lo típico, alguna revuelta del pueblo en contra de la policía, algún policía que se les ha unido... Muchas muertes. Ha sido un caos, la mayoría de los estados han sufrido estos daños, los hospitales están colapsados, asique han tenido que enviar algún grupo de enfermos y médicos a otros países. Eso incluye también científicos y muestras del patógeno para su estudio.- Concluyó de forma seria, mirándome con preocupación.

Oh no” dijo mi cerebro mientras mi rostro palidecía. Así era como empezaba una pandemia. Habían llevado el virus a otros países y ya nada podía hacerse. Maldije mi falta de información, aunque fuera irrelevante a la hora de prepararse y me decidí a averiguar más cosas de esta nueva enfermedad.

-Chicos, os va a sonar raro lo que os voy a decir, pero creo que este virus es algo fuera de lo normal. Creo que podría ser el fin de la humanidad.
Alberto se rió, pero luego vio que mi semblante permanecía inmutable y su cara tornó seria.
-No vayáis a clase,- proseguí -voy afuera a ver si mis pensamientos son reales... Espero que no lo sean. Decídselo a quienes consideréis oportuno, es mejor que estén avisados de antemano.
-¿Y qué les decimos? ¿Que te ha dado la neura y crees que todos vamos a morir?- Era Alberto quien preguntaba.
-Sí.- Saqué el paraguas de mi mochila y me fui del local teléfono en mano para comenzar a avisar a gente.

Primero llamé a mi novia, que estaba en clase y la hice ir al metro de Ciudad Universitaria. Por suerte ella estudiaba en la Facultad de Bellas Artes y eso no estaba excesivamente lejos de la estación. Después de eso llamé a uno de mis mejores amigos con la intención de que difundiese la información entre el grupo. Para mi sorpresa me dijo que él también estaba estudiando este curso en la Complutense, así pues le hice ir también al metro ante sus gritos de “me han echado de clase por tu culpa cabrón”, por suerte era un buen tipo y un mal estudiante, así que no lo decía en serio.

Fui a buen ritmo en la dirección contraria a la que había ido apenas media hora antes con todos los sentidos alerta y la sangre golpeándome en el cerebro. Me estaba metiendo en la boca del lobo, al menos eso me decía mi cabeza. Se acercaba el punto en el que oí el grito de la chica segundos antes de caer al suelo. Doblé la esquina y vi gente haciendo vida normal. Me relajé un poco, pero aún miraba a todas direcciones constantemente.

Ya veía la boca de metro y a Jaime esperándome ahí, en manga corta como de costumbre. Mochila al hombro me saludó con la mano abierta y yo le di un abrazo amistoso, pues llevábamos meses sin vernos siquiera.
-¿Qué pasa? ¿Por qué me has hecho venir?- Dijo con tono preocupado. Le conté mis sospechas, para mi asombro no me llamó loco ni se rió, simplemente asintió y dijo que aunque no creía que fuera para tanto, si me veía tan preocupado tenía que ocurrir algo muy gordo.

De pronto, sin previo aviso, una marabunta de gente enloquecida emergió de la boca de metro gritando, atropellándose, cayendo. Como con un acto reflejo fui hacia allí con Jaime siguiéndome de cerca para ver qué ocurría y socorrer a los caídos.

¡Socorro!” “¡Vamos a morir!” “¡Dejadme entrar, mi amiga/novia está dentro!” “¡No quiero morir!” Muchos eran los gritos, pero todos tenían el mismo mensaje de muerte y destrucción. Casi sin pensarlo, mi curiosidad me empujó hacia el interior del metro. Empecé a luchar contra la gente para intentar bajar las escaleras, pero antes de poder alcanzar el segundo escalón Jaime me cogió del hombro y me tiró hacia detrás.
-¿Qué haces puto loco?- Me dijo con cara de asombro. -¿Qué cojones pretendías hacer ahí abajo, si ni siquiera sabemos qué ocurre?


Mi colega tenía toda la razón del mundo, pero en el fondo, mi mente quería comprobar si mis elucubraciones eran ciertas, aunque quería posponer ese momento al máximo.

-¡Rápido, vámonos a algún sitio, joder! ¡Voy a llamar a mi novia a ver dónde está para ir con ella y luego ya irnos a mi facultad!- exclamé mientras tiraba del brazo de Jaime en dirección contraria a la muchedumbre emergente.

Echamos a correr en dirección a la Facultad de Bellas Artes, tropezando de vez en cuando con otros transeúntes con prisa, y algunos que iban despacito ajenos a lo que quiera que hubiese ocurrido en la boca de metro.

Llegamos después de unos diez minutos a la facultad, agotados. Allí nos esperaba mi novia, con el semblante preocupado por mis llamadas.

-¿Qué pasa que venís corriendo?- Se quedó esperando nuestra respuesta, pero estábamos demasiado ocupados recobrando el aliento como para poder contestarla. Decidimos entrar a descansar y sentarnos un rato en los bancos de la entrada y, una vez estuviésemos algo más descansados, explicarla lo ocurrido.

Cuando por fin dejamos de jadear, (Jaime mucho antes que yo, pues no estaba nada acostumbrado a hacer deporte) él explicó todo lo ocurrido, incluyendo la parte de que yo estaba como un cencerro. Ella si que me llamó loco, dijo que era un exagerado, pero Jaime se mostró bastante confiado en mi historia, ahora que había vivido el pequeño incidente del metro.

No la conseguimos convencer, pero yo no quería volver sin ella, porque sabía que algo malo se estaba cociendo ahí fuera. Como tenía clase, la acompañamos. Nos pusimos en los asientos de atrás para poder hablar bajito disimuladamente pero sin impedirla atender. A pesar de mis súplicas para que creyera en mí, ella se cerraba en banda y se negaba a confiar. Tras esa clase fuimos a la siguiente. Estábamos perdiendo demasiado tiempo, un tiempo muy valioso.

Durante esa segunda clase, en el momento en el que estaba a punto de mandarnos a freír espárragos, la puerta se abrió violentamente. Toda la clase volvió la cabeza hacia la puerta y el profesor se acercó a ella mientras decía “No puedes pasar”, pero la frase se quedó a medias cuando la persona que había al otro lado se abalanzó sobre el profesor, le agarró los brazos y le tiró contra el suelo. La cabeza del profesor se dio contra la tarima de madera y se abrió por la mitad como un melón maduro. La sangre comenzó a brotar y los sesos resbalaron un poco por entre el cuero cabelludo, escurriéndose al suelo. El agresor se levantó lentamente, miró a la multitud y lanzó un grito.

Al grito se unió el de una muchacha, y luego otra, y luego otros tantos alumnos. Todo el mundo se puso en pie y trató de salir de cualquier manera de la clase. Hubo atropellos y empujones por todas partes. La gente se acumuló en los pasillos intentando salir a la desesperada sin ningún orden. Nosotros tres nos vimos sumergidos en la marea de gente. Volví mi vista a todos lados tratando de conseguir una vía para escapar de la prisión en que se estaba convirtiendo el aula.

Allí” gritó Jaime señalando una de las ventanas de la clase. Debían estar a unos tres metros de altura, nada que no se pudiera superar subiéndonos en una mesa y ayudándonos los unos a los otros para salir. Nos acercamos a ella como pudimos, mientras el agresor se cernía sobre la muchedumbre. Ayudé a Jaime a subir y luego a mi novia. Cuando estaba a punto de salir, un chico me pidió por favor que le ayudara a salir también. Lo hice, y cuando le tendí la mano para que ahora me ayudase él, me miró a los ojos, y saltó hacia el otro lado. Maldije lo más alto que pude y pedí ayuda a mis amigos, que también habían bajado por el otro lado. Jaime me contestó que saliera rápido, que me esperarían cerca de la puerta.
-Tened cuidado.- Les pedí con preocupación.
-Tú también.- Me respondieron.

Aferré con fuerza el paraguas y tanteé mi próximo movimiento. El aula estaba algo más vacía, pero se había formado un tapón en las dos puertas. No veía al agresor por ninguna parte, eso era quizá lo más inquietante. Me armé de valor y comencé a abrirme paso entre la gente, echándolos a los lados. Suficiente me habían engañado ya. Ahora lo único que me importaba era salir de ahí cuanto antes.
Crucé el marco de la puerta y salí al pasillo. Había muchísima más gente aglomerada.

Al parecer, había pasado algo similar en la mayoría de las clases. La gente avanzaba confusamente y dando tumbos hacia donde podían. Alcancé las escaleras y me agarré al pasamanos todo lo fuerte que pude para evitar que los empujones me derribasen. Pude ver en algunas zonas gente caída y sangre, mucha sangre.

Todo era muy caótico, gente dándose golpes, no sólo para poder avanzar, sino por alguna disputa. Algunos estaban agachados junto a los caídos, recibiendo algún pisotón ocasional. Las lágrimas afloraban en los rostros de muchas personas. Finalmente me orienté y tomé el camino que me debía llevar fuera de la facultad. Una mano se aferró a mi tobillo y por puro instinto solté una patada con el otro pie que fue a parar a la cara de algún pobre desdichado. Me disculpé girando levemente la cabeza, pero en realidad no me preocupaba en absoluto, en aquél momento, sólo quería salir de ahí.

Cuando estaba atravesando la puerta de salida me quedé clavado en el sitio, mirando el horizonte, viendo columnas de humo elevarse al cielo. No era el único que se había quedado quieto, petrificado. De pronto la masa de gente comenzó a salir en tropel y me empujaron por la espalda, haciéndome caer escaleras abajo.

El cuerpo me dolía, sentí la tentación de quedarme ahí tirado lamentando mi situación, pero en lugar de eso me puse en pie lo más rápido que pude para evitar ser aplastado. Un dolor punzante recorrió mi pierna izquierda. Me la agarré con la mano en un acto reflejo y eché a andar hacia donde deberían estar esperándome mis amigos.

Corrieron hacia mí en cuanto me vieron.
-Las cosas se están complicando Juanma, no tendríamos que habernos entretenido tanto aquí,- me dijo Jaime mientras miraba a mi novia diciendo mentalmente “te lo dije”.
-Ese tío no parecía un terrorista, ¿no? Además, ¿qué quería conseguir con esto? ¿Por qué desarmado? Nada tiene sentido.- Dije más para mí mismo que otra cosa.
-No lo sé, pero será mejor que nos vayamos. ¿Qué tenías pensado hacer después de reunirnos con tu novia?- La frase que iba a decir quedó en el aire cuando la interrumpió el grito de mi novia.

Jaime y yo giramos la cabeza para descubrir con horror la razón de tan espantoso chillido; un hombre estaba mordiendo el cuello de mi novia, pero de una forma muy poco erótica. La sangre resbalaba y la voz se apagaba. Mi rabia viajó hacia los puños y los arrojé contra la cara del hombre, que cayó hacia atrás llevándose consigo un pedazo del cuello de mi novia. Ella se llevó la manos al mordisco y luego acercó una su cara. Contempló horrorizada la palma roja y con lágrimas en los ojos me miró al tiempo que caía al suelo, aparentemente sin vida.

Jaime se había quedado paralizado ante la escena mientras que yo me agaché rápidamente y pasé uno de mis brazos bajo el cuello de ella. Levanté un poco su cabeza, le aparté los mechones de la cara y susurré su nombre entre sollozos. Un gemido a mi lado me hizo apartar un poco la vista. El hombre al que acababa de agredir y que había matado a mi novia se levantaba poco a poco.

Masticaba el pedazo de yugular que había arrancado de cuajo. Chorreaba sangre. Tenía la vista neblinosa y los ojos, por consiguiente, blancuzcos, pero con muchos puntos sanguinolentos. Sus ropas estaban rasgadas y todas las partes visibles del cuerpo estaban llenas de costras infectadas. Su aspecto general daba repelús y echaba para atrás. Un escalofrío recorrió mi espalda.

Agarré el paraguas con rabia y acometí contra el pecho del hombre, que volvió a caer. Mientras estaba en el suelo con mi paraguas aún aprisionándole el cuello, estiró un brazo y lo agarró con una fuerza sobrehumana. Para empezar, un humano corriente no se habría levantado después de semejante golpe; un golpe que, sin duda, le había roto el esternón.

Abrí los ojos de par en par mientras comenzaba a asimilar todo lo ocurrido. El hombre, o más bien la criatura, levantó la cabeza y dejó escapar un sonido gutural. Retrocedí lentamente hasta chocar con Jaime. Me giré bruscamente y a punto estuve de propinarle un puñetazo también a él. Tenía una expresión de miedo y sorpresa. Había entrado en shock después de ver morir a mi novia frente a sus ojos y mi explosión de rabia. Por desgracia para ella, no pude quedarme ni hacer nada más, las cosas se estaban complicando y teníamos que irnos de allí.

-¡Vamos, esto no es normal, tenemos que volver a mi facultad!- Dije de forma muy histérica a Jaime, que se giró lentamente y echó a correr a mi lado.
-¿¡Qué ha sido eso!? ¿Vamos a dejar tirada ahí a tu novia?
El remordimiento comenzó a acosarme. Empecé a pensar en volver. Pero mi cabeza me decía que eso no era posible, que, aunque no era más que una teoría, las novelas que solía leer se habían hecho realidad.

Mientras corríamos hacia la facultad de biología, vimos a nuestro paso la misma imagen de caos y muerte. Cientos de personas caídas, otras tantas a su alrededor, llorándoles supusimos. La carretera estaba llena de coches accidentados y ardiendo. También chocamos mucho con personas que corrían en todas direcciones. Finalmente, la facultad apareció ante nuestros ojos. Entramos con cuidado y subimos las escaleras buscando el aula de asociaciones.

Puse la mano en el pomo, contuve el aliento esperando que todos se hubieran puesto a salvo, y empujé para entrar. La puerta estaba cerrada. Dí un golpe por la frustración de pensar que se habían ido todos cuando, una voz sonó desde dentro: “¿Quién es?”. Era una voz de hombre, firme y enérgica. “Somos miembros de la asociación, soy Juanma”, grité. En seguida oí una voz femenina gritando mi nombre, era María.

Nos abrieron la puerta y tras entrar la volvieron a cerrar con llave por dentro. Se habían reunido unas cuantas personas de las asociaciones. Ahí dentro estaban Alberto y María, el novio de ésta; Miguel, Juanjo, Sara la presidenta, Fran, Álvaro, Félix, Dani y Mario y algunas personas de las otras asociaciones cuyos nombres desconocía.

-¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien?- Dijimos casi a la par Alberto y yo. -Algo así, pero me temo que mis pesadillas sean ciertas.- Dije con un tono sombrío.
-Hemos avisado a todos los que hemos podido, Luis, Pau y Manu están en camino. Mina hoy tenía dentista y no va a venir.
Me preparé mentalmente para lo que tenía que decirles. Los miré uno a uno a los ojos y finalmente hablé:
-Sé que no es fácil de asimilar, pero creo que nos encontramos ante la mayor catástrofe de la humanidad, ante algo que podría suponer su destrucción total. Creo que nos estamos enfrentando a zombis.
La gente se me quedó mirando muy seria. Pronto se escucharon las primeras risas y comentarios del tipo: “Joder tío, y yo que me lo estaba creyendo. No es más que una absurda trola de los frikis estos”.
Toda aquella gente desconocida se levantó y fueron marchándose del local entre risas. Entretanto yo estaba en mi mundo intentando esclarecer los hechos para una explicación más coherente.

-¿Estás seguro? ¿No habrás estado tomando algo?- Dijo Sara con una sonrisilla en la cara mientras se levantaba lentamente.
-Dice la verdad.- Jaime había salido en mi ayuda una vez más. -Yo mismo lo he visto. Hemos sido testigos de cómo alguien muy apreciado por nosotros moría después de haber recibido un mordisco en el cuello.- Un dolor punzante atacó mi pecho.
-Pero eso no demuestra nada, ¿lo visteis revivir acaso? No estáis diciendo más que tonterías.- Hablaba Mario.

-Tal vez no,- dije lentamente, -pero lo que no podéis negarme es que todo esto se está yendo a la mierda, sólo tenéis que salir fuera y verlo con vuestros propios ojos.- Los miré a los ojos. Todos ellos tenían una ligera expresión triste en la cara. -Lo primero será garantizarnos un lugar seguro, que creo que debería ser este local, lo segundo tendría que ser rescatar a nuestros amigos, traerlos aquí sanos y salvos. Si vamos en grupo, tendremos más posibilidades de sobrevivir.
-¿No crees que exageras un poco? A pesar de todo, te estás dejando llevar por una locura infundada.- Comentó alguien.
-Espero que tengas razón, pero más vale prevenir que curar. Yo iré a salvar a Mina, sé conducir, pero no tengo mi coche aquí ni sé llegar a dónde sea que viva.
-Yo tengo GPS en el móvil, sé dónde vive y sé hacerle un puente a un coche.- Respondió Juanjo rápidamente mientras posaba su mano sobre mi hombro. -Pero después tendremos que pasar a por Ana. He hablado con ella y ahora está encerrada sola en casa.
-No te preocupes, no pienso dejar que a tu novia le pase nada si puedo evitarlo.
-Yo os acompañaré por lo que pudiera pasar.- Dijo Félix dando un paso adelante.
-Muy bien. Más ya no podemos ser o no podríamos ir en un coche. El resto deberíais quedaros aquí asegurando que nada ni nadie extraño entre. Quizá deberían salir un par de personas a encontrarse con los que están en camino para alertarles y garantizarles protección.

Mario y Miguel se ofrecieron voluntarios para ello. Cogieron del rincón la persiana veneciana que teníamos pendiente de reciclar y la partieron en dos. Sacaron los tubos metálicos rotos y comprobaron lo fuerte que podían golpear en caso de necesidad.

Mientras miraba con satisfacción las prácticas de Miguel y Mario, Jaime me cogió del hombro y me apartó del grupo.
-No tienes que hacer esto Juanma. Creo que te estás dejando llevar por la muerte de tu novia, te sientes culpable y quieres enmendarlo salvando a otros. Si no controlas tus emociones puedes conducirnos al desastre.
-Tranquilo Jaime, sé lo que hago.- Lo miré. Sus ojos estaban llenos de preocupación.
-Creo que no entiendes la magnitud de tus actos. ¡Míralos!- Giré mi cabeza en torno a la sala. Todos estaban listos para ayudarse unos a otros, y todos estaban mirándome. -Creo que te están tratando como un líder, porque hablas como uno.

Los miré uno por uno y sentí que Jaime tenía razón. Una mezcla de sensaciones, de nerviosismo y de poder se juntó en mi interior. Recuperé mi autocontrol y finalmente me dirigí a todos.

-En mi ausencia Jaime será el líder. Hacedle caso, pues ha estado ahí fuera conmigo y es más consciente de la situación actual que vosotros.- Hice una breve pausa. -No dejéis entrar a nadie que no sepa la contraseña, que consistirá en una sucesión de tres golpes cortos y un gran golpe fuerte. Si queréis, para mayor seguridad también podéis decir 'Balrog'.- Este último comentario estaba destinado a calmar un poco los ánimos y que no estuvieran tan tensos, ya que eso podría resultar bastante mal.
-Vámonos ya. ¡Tened cuidado!- Deseé mientras salía por la puerta con precaución y le hacía gestos a Félix y Juanjo para que me siguieran.
-Vamos a tener que bajar al garaje y robar un coche.- Dijo Félix tan tranquilamente, mientras que Juanjo se frotaba las manos.
-¡Qué emoción!- Dijo satisfactoriamente. -Y bien considerado, esto no es ni un delito.

Suspiré mientras nos acercábamos sigilosamente a las escaleras de bajada al garaje. Yo, armado con mi paraguas iba el primero, guiando a mis compañeros que tenían una pata de silla cada uno a modo de arma.

El pasillo principal de la facultad se encontraba ahora vacío, silencioso. Con la sensación de peligro constante, abrí las puertas que cerraban el acceso a las escaleras y chirriaron como mil demonios. Mi corazón latió más rápido cuando el sonido de una voz salida de ultratumba llegó a nuestros oídos. Un brazo seguido de su correspondiente cuerpo dobló la esquina tambaleante. Caminaba dificultosamente, chocando con sus propios pies al andar. Sus ropas estaban llenas de sangre y le faltaba un buen pedazo de cara en la parte derecha del rostro.

Su único ojo se fijó en mí y aceleró la marcha. Quedé paralizado ante la visión del monstruo que se cernía sobre mí. Por suerte, Juanjo se aproximó al ser y le propinó un golpe en las piernas que hizo que la criatura se desplomara. El sonido y la visión de ese ser cayendo al suelo me hizo volver a la realidad.

-Me recuerda a Bartolo.- Comentó Félix mientras se reía.
Todos soltamos una risa breve, hasta que Bartolo volvió a intentar levantarse.
-¡A dormir!- Grité mientras asestaba un fuerte golpe en la cabeza del ser, escuchando cómo las puntas del paraguas se rompían. Se había quedado doblado y algo separado del mango. Ahora era un trasto más bien inútil.

Bartolo volvió a hacer un amago de levantarse, pero Juanjo le clavó la pata por el hueco del ojo y acabó con la “vida” de aquello. Me sequé el sudor de la frente mientras trataba de recuperar el ritmo normal de mi respiración.

-Joder, me he quedado sin arma.- Dije frustrado.
-¿Porqué no le quitas un hueso a Bartolo? ¡Si no lo va a usar!- Dijo Félix conservando el buen humor.

Juanjo se agachó “¿Fémur?” y mientras se reía asestó una serie de golpes hasta que consiguió separar una pierna del tronco. “Pobre desdichado”, pensé mientras me intentaba consolar con el hecho de que él lo hubiera querido así. Si yo me hubiera convertido en eso, me hubiera gustado serle útil a alguien.

Comprobé que no tuviera heridas en las manos, para prevenir el contagio, y me puse manos a la obra. Con muchísimo esfuerzo acabé rindiéndome y decidiendo que llevásemos la pierna a la cocina.

Avanzamos cautelosamente. La cafetería estaba vacía y era la antesala a nuestro destino. Llegué a la puerta y la abrí con cuidado. Inspeccioné el interior desde el marco. Despejado. Entré como Pedro por su casa y rebusqué en los armarios. Un cuchillo de carnicero, justo lo que estaba buscando.

Puse la pierna como si fuera una pata de jamón del bueno y comencé a quitarle la carne. Me dieron arcadas, pero las contuve. Finalmente llegué a hueso. Lo partí y conseguí sacarlo de entre los restos de carne y tendones del susodicho.

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2 comentarios:

  1. Me siento decepcionado de que no salgan pokémon a pesar del nombre del blog.

    Por otra parte, el libro está bien, pero prefiero la película.

    Y estoy de camino *.*

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    1. Digamos que este proyecto nada tiene que ver con pokémon (que ha sido aplazado hasta Octubre), y no puede ser mejor la película si aún no la he hecho, xD

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