-Mañana subiremos.- Dijo el hombre rubio a su equipo mientras todos se calentaban frente a una hoguera al pie de la montaña.
-¿Crees que tendremos suerte?- Preguntó el más joven de todos, con una perilla castaña y unas líneas pintadas en la cara.
-Todo irá bien mientras la tengamos de nuestro lado.- Comentó el primero señalando al cielo.
La noche pasó entre historias del pasado y aventuras ficticias, riendo como no habían hecho en mucho tiempo, desde que perdieran al quinto miembro de su grupo, a la amada del líder, la mujer más hermosa que había caminado jamás por la tierra.
De lejos, subida en un árbol, una figura femenina observaba al grupo de cuatro hombres que iban cayendo de sueño uno a uno...
Por la mañana recogieron los sacos de dormir y apagaron el fuego. Les resultaba extraño haber podido dormir de forma tan plácida en un lugar tan inóspito, pero se alegraron por ello.
Ray, el hombre rubio y líder de la expedición, recogió un anillo de entre las brasas aún humeantes. Notó el metal quemándole la mano, mas no le importó. Una lágrima cayó para suavizar el dolor.
-He descubierto un camino.- Informó un corpulento hombre con tez morena a Ray.
-Gracias Mor.- Respondió el líder. -Guíanos por favor.- Pidió con una sonrisa.
Todos se pusieron en marcha siguiendo al gran hombre, mientras por encima de sus cabezas les sobrevolaba la mujer que les había estado observando durante la noche.
La subida no tuvo incidencias más allá de una nevada que les cogió por sorpresa, obligándoles a establecer una unión de seguridad entre todos, que ahora avanzaban atados con una cuerda los unos a los otros y temblando de frío.
Mor encabezaba el grupo seguido de Ted, el chico joven. Detrás iban Ray y Dan el pelirrojo. El camino avanzaba con normalidad hasta que el suelo se quebró bajo los pies de Mor, dejándolo suspendido en el aire y tirando con su peso a Ted que era el siguiente en la cuerda. Ray clavó su piqueta contra la pared mientras intentaba con todas sus fuerzas no dejarse arrastrar por el peso de sus compañeros y procuraba tirar de ellos para salvarlos.
La mujer descendió suavemente y rodeó con sus brazos al líder, ayudándolo a tirar y consiguiendo rescatar a todos con gran dificultad. Ted y Mor quedaron de rodillas en el suelo del camino, con la adrenalina dejando de fluir por sus venas poco a poco.
-¿Estáis bien?- Preguntó Dan mientras se acercaba a sus compañeros.
Ray miró hacia atrás, pero no vio nada. "Que extraño", pensó, "Juraría que he notado una presencia", pero la tormenta era tan espesa que apenas sí podía ver medio metro delante suya.
Cuando todos estuvieron recuperados del susto cruzaron el pequeño desfiladero que quedaba donde Ted y Mor habían estado a punto de despeñarse. Pasaron uno a uno y sin ninguna prisa, estando preparados para tirar de la cuerda si alguno caía. Pero nada malo volvió a pasar y pudieron seguir adelante.
Al fin llegaron al final del camino y ahora se encontraban frente a un gran precipicio y ninguna forma aparente de continuar.
-¿Y ahora qué?- Preguntó Dan tras asomarse con cuidado al abismo.
-Intentaremos llegar a la otra montaña.- Sentenció Ray señalando al frente, donde se intuía la sombra de una segunda elevación.
El líder de la expedición rebuscó en su mochila y sacó un pequeño cañón con un arpón dentro. Ató el final del arpón al arma con una cuerda gruesa y resistente. Mantuvo la respiración mientras apuntaba. Y disparó.
El arpón salió lanzado haciendo una gran parábola hacia arriba y llegó a la otra montaña por poco. Ray tiró de la cuerda para asegurarse de que estaba bien sujeta. Recogió unos centímetros y entonces no pudo más; estaba aferrada a algo. Un graznido retumbó desde la otra elevación y una figura emergió de ahí.
Un gran cuervo salió volando de entre la ventisca y apareció en la visión del grupo. Tenía el arpón clavado en una de sus patas que borboteaba sangre negra. La gran bestia se abalanzó sobre los cuatro hombres, que se tiraron al suelo para ponerse a cubierto. El ave impactó contra la pared de la montaña, causando un gran desprendimiento de nieve que casi los sepultó, pero pudieron salir sin mucha dificultad.
Todos se pusieron en pie, dispuestos a salir corriendo, pero de la mochila de Ted se deslizó una pistola de bengalas, que recogió con expresión confusa. Miró la herramienta entre sus manos y se le ocurrió un plan. Apuntó con ella al cuervo que volvía a abalanzarse contra ellos, y disparó.
La extraña mujer que los había estado siguiendo voló a gran velocidad siguiendo la trayectoria de la bengala hasta que llegó al pico abierto de la bestia y se tragó primero la bengala y luego a la mujer y siguió volando hacia la expedición a gran velocidad.
-¡No ha funcionado!- Se lamentó Mor mientras echaba a correr como podía por la nieve, pero justo en ese momento las plumas y luego la carne del cuervo comenzaron a arder, hubo una pequeña explosión y luego un montón de cenizas y plumas negras cayendo suavemente por el abismo, mientras la mujer flotaba en el centro de todo ello totalmente intacta.
-¡La bengala le ha hecho arder desde dentro!- Gritó Dan emocionado mientras se acercaba a abrazar a Ted y los demás. Ray dejó de apretar con fuerza la mano en que llevaba el anillo de su amada y la abrió lentamente. Observó la marca que le había dejado grabada en la piel, y volvió a guardar el objeto en uno de sus bolsillos.
Repitieron el disparo de un nuevo arpón, el último, y esta vez tuvieron suerte. Ahora sólo quedaba pasar por la cuerda hasta la otra montaña. Cortaron su cuerda de seguridad hasta tener una cuerda propia para cada uno y entonces pusieron en marcha el plan. Se ataron cada uno un extremo de la cuerda y la pasaron por encima del cable que unía ambas montañas, entonces se ataron el otro extremo. Una vez asegurado que si las manos se les resbalaban no caerían, comenzaron a cruzar.
Hicieron un gran esfuerzo muy prolongado, por lo que al llegar a la otra montaña tuvieron que sentarse a descansar alrededor de una hoguera. La mujer también se sentó, más alejada del grupo. Charlaron durante unas horas hasta que estuvieron preparados para partir. Cuando se sintieron descansados, continuaron subiendo la montaña.
Con el Sol poniéndose a su espalda consiguieron llegar a la parte más alta de la montaña. Era una gran superficie plana con una gran roca negra que destacaba contra la nieve. Ted clavó una bandera mientras Mor se acercaba a Ray, que estaba más adelantado que el resto, para hacerle una pregunta.
-¿Dónde está lo que vinimos a buscar?- Preguntó curioso.
-No lo sé...- Se limito a responder el líder. -Pero se hace de noche y deberíamos descansar. Esperemos que nuestro ángel de la guardia nos guíe por la mañana.
Los cuatro se encaminaron hacia la roca, que les ofrecía una perfecta cobertura del gélido viento nocturno. La mujer los adelantó y se puso frente a Ray con los brazos abiertos, en señal de que no debían continuar adelante, pero ninguno hizo caso. Las chispas flotaron en el aire, luchando por llegar a las hojas de la hoguera para prender, pero no pudieron. La mujer se empeñaba en impedir que el fuego brotase.
Ted sacó la pistola de bengalas y lazó el último proyectil contra las hojas secas de la hoguera que ardieron al instante.
-Solucionado.- Informó al tiempo que la mujer se ponía en guardia.
La roca rugió, el suelo tembló bajo los pies de todos y se giraron alertados. La roca no era tal, sino un gran monstruo, con seis ojos y cuatro cuernos, con garras de metro y medio y colmillos afilados como cuchillos. Todo el grupo retrocedió lentamente cuando el monstruo agachó su cabeza y rugió. El fuerte sonido hizo que todos cayeran de espaldas. La mujer se interpuso entre el monstruo y el grupo y comenzó a brillar.
Ray puso su mano para tapar la luz y vislumbró una figura.
-¿Eres tú?- Preguntó confuso. La mujer giró un poco su cabeza al oirlo y el líder pudo ver el rostro de su amada, mirándole una vez más, sintiendo que había estado cuidando de todos desde el momento en que se fue. Apretó fuerte el anillo una vez más mientras resistía como podía el dolor que sentía en el alma. No podía creer que la estuviera viendo una vez más, sólo quería correr hacia ella y abrazarla.
Pero antes de que puiera siquiera moverse la luz cesó y dejó de verla.
El monstruo ahora no era más que una estatua y Ray se sentía aliviado y dolido a la vez, porque ya no sentía la presencia de su amada cuidándole. ¿Se había ido definitivamente? Eso era lo que creía, mas se alegró de que todo hubiera terminado y ella pudiera descansar al fin.
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