Ahora
que me encontraba solo nada me impedía ir tras el esquivo Nidoran.
Fui en la dirección en la que había huido. Intenté seguir su
rastro, pero era mi primera vez y no estaba seguro de que lo que
estuviera siguiendo fueran huellas. A decir verdad, ahora me doy
cuenta de que parecía que siguiera un rastro de migas de pan.
Al
final llegué al pie de una pequeña colina por donde se divisaba una
galería de túneles. Mi curiosidad me pudo y tuve que entrar a
buscar a Nidoran ahí dentro.
Apenas
entraba luz a la cueva, y tuve que guiarme palpando las paredes. Los
Zubat dormían plácidamente en el techo, y si hubieran estado
despiertos no me hubieran dejado dar un sólo paso sin tener que
combatir contra todos ellos para poder salir de ahí.
Tras
un largo ascenso, vi una salida de la cueva; mi pequeña y absurda
aventura llegaba a su fin. Pero comenzaba otra, pues allí en frente
se encontraba Pablo, con la ropa ondeando ante el fuerte viento que
generaban las alas metálicas de un Skarmory en frente suyo.
Sin
mediar palabra un Onix emergió de la tierra, haciéndola
estremecerse con una fuerza sobrenatural. Me choqué contra la pared
y permanecí abrazado a ella hasta que cesó.
Ambos
pokémon peleaban frente a la figura inmóvil de Pablo, que
contemplaba aquel espectáculo divertido.
En
un momento Skarmory trató de huir volando, pero Pablo liberó a
Metang de su pokéball y se lo impidió placándole salvajemente.
Skarmory cayó al suelo y Onix hizo presa sobre su cuerpo metálico.
En ese momento Metang descendió en picado y golpeó la cabeza de
Onix, causándole una gran brecha que se le extendía desde el cuerno
hasta el ojo izquierdo.
El
gigante pétreo gritó de furia y lanzó el ave metálica contra
Pablo, que se limitó a extender su brazo derecho. El impacto fue
directo a la pokéball que sostenía en la mano, que recogió al
debilitado pokémon en su interior.
Después
de eso Onix comenzó a huir bajo tierra. Pablo devolvió a Metang a
su pokéball y salió corriendo hacia el agujero por el que todavía
asomaba la cola de Onix y se aferró a ella todo lo fuerte que pudo.
Ambos
desaparecieron bajo tierra ante mi mirada de incredulidad y asombro.
Desde luego, Pablo tenía cojones.
Me
asomé al túnel; oscuridad y ruido alejándose fue lo único que
hallé en ese abismo.
Bajé
la pequeña ladera que se encontraba en dirección contraria a la que
había venido, y fui a parar a una gran pradera verde, llena de
flores y de vida. Los Butterfree revoloteaban en parejas, los Diglett
asomaban la cabeza constantemente entre sus túneles, y por encima de
todo, los Nidoran correteaban por entre las hierbas.
Me
acerqué hasta ellos despreocupadamente y huyeron en cuanto me
vieron. Entonces pensé en lo estúpido que soy y planteé una nueva
estrategia. Liberé a Nidorino para que se confiaran, pero al ser un
extranjero se mostraron recelosos, tanto que no tardaron en aparecer
tres Nidoking seguidos de cinco Nidorino. Tuve que salir corriendo de
ahí, sintiéndome triste por no poder capturar una compañera a mi
Onii-San, sin darme cuenta de que él ya había atrapado a una.
Aparentemente,
los pokémon se acaban pareciendo a sus entrenadores, y el mío era
como yo; un guaperas. Bueno, no, pero al menos ambos conseguimos
gustar a una chica guapa.
Al
girarme a mi compañero lo vi con una pequeña Nidoran hembra
haciéndole arrumacos. Parecía que el muy bribón la hubiese usado
atracción. Me alegré mucho, no solo por mí, sino también por
Nidorino, por lo que me dispuse a atraparla, pero Onii-San se
interpuso entre ella y la pokéball.
Suspiré.
“Así están las cosas, ¿no? Supongo que tampoco querrás entrar
en tu pokéball... Pues a ver cómo volvemos a Madrid, porque no está
permitido llevar a los pokémon sueltos en el tren...” dije
mientras miraba con odio a mi compañero, que se encargó de ignorar;
estaba atontado por la nueva compañía de la que disfrutaba.
Un
fuerte aleteo me puso en alerta y miré el cielo. Me puse la mano
sobre los ojos para ver una gran figura recortada sobre el sol
descendiendo sobre mi cabeza. Me lancé a un lado y un gran Pidgeot
se posó donde había estado antes.
-¡A-jumba-weee!-
Gritó la figura que montaba aquel ave.
-¿Qué
cojones?-Le contesté yo mientras veía que aquel hombre no era ni
más ni menos que el líder del tipo normal, Ángel.
-Fin del capítulo-
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