lunes, 31 de diciembre de 2012

Capítulo 4. Comienza la aventura. (Parte 5/5)

Ahora que me encontraba solo nada me impedía ir tras el esquivo Nidoran. Fui en la dirección en la que había huido. Intenté seguir su rastro, pero era mi primera vez y no estaba seguro de que lo que estuviera siguiendo fueran huellas. A decir verdad, ahora me doy cuenta de que parecía que siguiera un rastro de migas de pan.
Al final llegué al pie de una pequeña colina por donde se divisaba una galería de túneles. Mi curiosidad me pudo y tuve que entrar a buscar a Nidoran ahí dentro.
Apenas entraba luz a la cueva, y tuve que guiarme palpando las paredes. Los Zubat dormían plácidamente en el techo, y si hubieran estado despiertos no me hubieran dejado dar un sólo paso sin tener que combatir contra todos ellos para poder salir de ahí.
Tras un largo ascenso, vi una salida de la cueva; mi pequeña y absurda aventura llegaba a su fin. Pero comenzaba otra, pues allí en frente se encontraba Pablo, con la ropa ondeando ante el fuerte viento que generaban las alas metálicas de un Skarmory en frente suyo.
Sin mediar palabra un Onix emergió de la tierra, haciéndola estremecerse con una fuerza sobrenatural. Me choqué contra la pared y permanecí abrazado a ella hasta que cesó.
Ambos pokémon peleaban frente a la figura inmóvil de Pablo, que contemplaba aquel espectáculo divertido.
En un momento Skarmory trató de huir volando, pero Pablo liberó a Metang de su pokéball y se lo impidió placándole salvajemente. Skarmory cayó al suelo y Onix hizo presa sobre su cuerpo metálico. En ese momento Metang descendió en picado y golpeó la cabeza de Onix, causándole una gran brecha que se le extendía desde el cuerno hasta el ojo izquierdo.
El gigante pétreo gritó de furia y lanzó el ave metálica contra Pablo, que se limitó a extender su brazo derecho. El impacto fue directo a la pokéball que sostenía en la mano, que recogió al debilitado pokémon en su interior.
Después de eso Onix comenzó a huir bajo tierra. Pablo devolvió a Metang a su pokéball y salió corriendo hacia el agujero por el que todavía asomaba la cola de Onix y se aferró a ella todo lo fuerte que pudo.
Ambos desaparecieron bajo tierra ante mi mirada de incredulidad y asombro. Desde luego, Pablo tenía cojones.
Me asomé al túnel; oscuridad y ruido alejándose fue lo único que hallé en ese abismo.
Bajé la pequeña ladera que se encontraba en dirección contraria a la que había venido, y fui a parar a una gran pradera verde, llena de flores y de vida. Los Butterfree revoloteaban en parejas, los Diglett asomaban la cabeza constantemente entre sus túneles, y por encima de todo, los Nidoran correteaban por entre las hierbas.
Me acerqué hasta ellos despreocupadamente y huyeron en cuanto me vieron. Entonces pensé en lo estúpido que soy y planteé una nueva estrategia. Liberé a Nidorino para que se confiaran, pero al ser un extranjero se mostraron recelosos, tanto que no tardaron en aparecer tres Nidoking seguidos de cinco Nidorino. Tuve que salir corriendo de ahí, sintiéndome triste por no poder capturar una compañera a mi Onii-San, sin darme cuenta de que él ya había atrapado a una.
Aparentemente, los pokémon se acaban pareciendo a sus entrenadores, y el mío era como yo; un guaperas. Bueno, no, pero al menos ambos conseguimos gustar a una chica guapa.
Al girarme a mi compañero lo vi con una pequeña Nidoran hembra haciéndole arrumacos. Parecía que el muy bribón la hubiese usado atracción. Me alegré mucho, no solo por mí, sino también por Nidorino, por lo que me dispuse a atraparla, pero Onii-San se interpuso entre ella y la pokéball.
Suspiré. “Así están las cosas, ¿no? Supongo que tampoco querrás entrar en tu pokéball... Pues a ver cómo volvemos a Madrid, porque no está permitido llevar a los pokémon sueltos en el tren...” dije mientras miraba con odio a mi compañero, que se encargó de ignorar; estaba atontado por la nueva compañía de la que disfrutaba.
Un fuerte aleteo me puso en alerta y miré el cielo. Me puse la mano sobre los ojos para ver una gran figura recortada sobre el sol descendiendo sobre mi cabeza. Me lancé a un lado y un gran Pidgeot se posó donde había estado antes.
-¡A-jumba-weee!- Gritó la figura que montaba aquel ave.
-¿Qué cojones?-Le contesté yo mientras veía que aquel hombre no era ni más ni menos que el líder del tipo normal, Ángel.
-Fin del capítulo-

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