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Recuerdo que cuando todo surgió yo no era más que un
adolescente, sin preocupaciones en la vida más allá que el aprobar
los exámenes y, siendo sinceros, tampoco me preocupaba demasiado.
Iba a una universidad pública de renombre europeo: la
Complutense de Madrid. Tenía 19 años y estaba en los inicios de mi
segundo curso.
Discúlpame si te parecen aburridos los temas de mi
vida, pero prometo que todo tendrá su relevancia más adelante. No
obstante, eres tú el que tiene el libro que he dejado escrito y es
tu decisión el leerlo entero o saltarte las partes aburridas. Yo
sólo pretendo que tengas una constancia completa de lo acontecido en
el mundo.
Como iba diciendo, yo era una persona complicada,
escéptica a veces y muy paranoico otra tantas. No creía en
monstruos que salieran de debajo de mi cama, o al menos quería no
creer en ellos, porque me asustaba la idea de que fueran reales.
Esa mañana Twitter andaba muy calentito, toda la gente
a la que seguía hablaba de lo mismo; de los ataques que se habían
producido en E.E.U.U. Por una supuesta célula terrorista suicida. Al
parecer, se habían visto afectados por un ataque biológico un gran
grupo de militares y de civiles.
Se hablaba de guerra bacteriológica, o de guerra a
secas.
Durante el ataque perpetrado, los terroristas habrían
hecho detonar un artefacto explosivo que liberó un gas muy nocivo.
Se hablaba de cientos de muertos. Incluso había quien decía que los
terroristas habían tratado de matar a los militares que habían
evadido la explosión con uñas y dientes.
Todo era bastante confuso e incoherente. Parecía una
pesadilla o un libro mal escrito.
No le di demasiada importancia, Obama se enfadaría y
decidiría atacar los países islámicos porque sí. Por suerte todo
aquello nos pillaba bastante lejos. Al menos, eso era lo que yo
pensaba.
Pues bien, una semana más tarde, cuando monté en el
tren para ir a la universidad y vi la niebla que cubría todo el
entorno a más de cinco metros, el desasosiego se apoderó de mí.
Empecé a imaginar la explosión del tren, ¿por qué esos
terroristas cabrones no iban a hacer lo mismo en otros países?
Mi escepticismo salió a flote una vez más para
advertirme de que era poco probable que algo así ocurriera fuera de
mi cabeza, por lo que simplemente saqué el portátil de la mochila y
me puse a leer. Conforme avanzaba en la línea de tren, me iba
relajando, parada tras parada, riéndome para mis adentros debido a
la lectura de la que disfrutaba.
De pronto una toses me hicieron girar la cabeza. En una
de las puertas de acero del vagón en que viajaba había un hombre
tosiendo escandalosamente, desde mi punto de vista se le veía
cansado y demacrado, era probable que llevase días sin dormir, o que
estuviese resfriado, pero... Mi incredulidad volvió a esconderse en
mi interior para hacer aflorar la paranoia. Sé que era una tontería
asustarse por un hombre tosiendo cuando la gripe ha comenzado a
atacar, pero cuando lees muchas novelas de terror te acabas creyendo
que vas a presenciar cómo alguien muere y revive al poco o cómo una
linda chica te seduce para sorberte toda la sangre.
Volví mi vista al ordenador, había saltado el
protector de pantalla. Decidí que era suficiente lectura por ese
viaje, así que guardé el ordenador de nuevo en mi mochila. Me asomé
a la ventana... Sombras, estábamos en un túnel. La megafonía
anunció Méndez Álvaro cuando se oyó un ruido como de objeto
pesado golpeando el suelo.
El hombre de las toses se había desmayado, y al
contemplarlo me recorrió un escalofrío por toda la espalda. Me puse
nervioso y me levanté de mi asiento, dispuesto a bajarme en aquella
parada y alejarme lo máximo posible de él. Justo cuando estaba a
punto de salir del vagón, el hombre que se había desmayado se
levantó y... Agradeció a quienes habían corrido en su ayuda.
Después bajó del tren y desapareció entre la multitud.
Estaba de los nervios, tanto que me pareció ver por la
ventana cómo un hombre caía al suelo llevándose consigo a una
pobre mujer que estaba despistada.
No sabía si era mi imaginación o no, y eso me
preocupaba. Estuve nervioso y asustado las siguientes tres
estaciones, hasta la parada en que me bajé: Laguna.
La estación se encontraba en relativo silencio, no
había nada fuera de lo normal. Relajándome mientras pensaba en lo
estúpido que estaba siendo crucé los tornos de la Renfe y bajé las
escaleras mecánicas buscando el transbordo de metro. Al llegar a la
cabina de información, vi que no había nadie, y que en una puerta
cercana sobresalían dos piernas. Mi curiosidad me obligó a
acercarme cautelosamente a aquella escena. Me asomé a la habitación
y la visión de su interior me hizo retroceder con tal premura que
caí de espaldas al suelo conteniendo un grito de espanto.
Cerré fuerte los ojos y la visión volvió a aparecerse
ante mí; un rostro de hombre demacrado lleno de costras extrañas y
unos ojos blancos lechosos con multitud de capilares reventados. Un
escalofrío me recorrió toda la espalda y me apremió a ponerme en
pie justo cuando el resto de los pasajeros, más lentos que yo,
terminaban de bajar las escaleras mecánicas y cruzaban la esquina
para verme desaparecer por el otro extremo de la sala todo lo rápido
que me dejaban los nervios.
Me temblaban las piernas y había echado a correr sin
ninguna razón. O eso era lo que me decía mi cerebro, que tuvo que
callar debido al estruendoso grito de una mujer proveniente de los
tornos del metro, cerca de donde había contemplado tan terrible
escena. El metro llegó justo cuando todo el mundo miraba hacia atrás
y algunos iban a ver a qué era debido el chillido. Mi curiosidad no
era tan grande como para vencer al miedo y simplemente entré en el
vagón y me quedé mirando la entrada mientras esperaba que nos
pusiéramos en marcha.
Las puertas se cerraron y el tren inició el camino. Mi
corazón comenzó a relajarse un poco mientras aún sudaba de la
tensión. Una señora me preguntó si me ocurría algo, pues tenía
el rostro pálido como si estuviera enfermo, me ofreció un poco de
agua que rechacé alegando que estaba bien, pero que había tenido
que correr para no perder el metro.
Mientras avanzaban las estaciones mi mente recordaba lo
ocurrido y cavilaba historias de ciencia ficción. Por mi mente se
pasaba la imagen de aquél cuerpo inerte, tendido en el suelo, y
levantándose en busca de sangre, sangre humana. ¿Vampiros? ¿Zombis?
¿Hombres lobo? Mi mente no creía nada de ello, pero en el fondo
temía que fueran reales. Tal vez fuera una infección muy grave de
algún tipo de virus, pero yo era casi como un Don Quijote de mi
época.
Llegué a la estación de Ciudad Universitaria y salí
todo lo aprisa que pude del vagón y quedé atrapado entre la
aglomeración intentando llegar a las escaleras mecánicas de
subida para poder salir de allí. Tras las primeras escaleras, un
largo pasillo, al fondo una salita cuadrada donde un violinista
callejero tocaba el vals de Amelie. Otras escaleras mecánicas y los
tornos. Y por último más escaleras que subí corriendo para
seguidamente torcer a la izquierda y dirigirme a la salida que daba a
la Facultad de Medicina.
El aire me golpeó la cara como una suave brisa de
verano. Por fin podía respirar el aire puro y relajarme un poco.
Caminé rumbo a la Facultad de Ciencias Biológicas y Geológicas,
situadas en el mismo edificio y cuyo camino desde el metro pasaba
cerca de distintos edificios de la Facultad de Farmacia y el Jardín
Botánico.
Al pasar el primer jardín e ir acercándome al primer
edificio de farmacia, volví a oír un grito femenino. Me giré y vi
cómo un hombre caía sobre una chica, besando ambos el suelo y
reuniendo un corro de gente alrededor que quería ver qué estaba
pasando.
Yo me había quedado quieto mirando en esa dirección
cuando de pronto algo me impulsó a seguir avanzando, a correr, a
esconderme y ponerme a salvo. Dejé de caminar y pronto me sorprendí
huyendo a toda velocidad, como el estudiante que llega tarde a las
prácticas o algún examen.
Seguí oyendo algún grito aislado a mi espalda,
resonando en mi oído. Probablemente imaginación mía. Pero una
vocecita en mi cabeza decía que no, que era real, que el ataque
biológico de los terroristas había llegado de algún modo a Madrid,
hasta mi universidad. Me puse a pensar y maldije no haber mirado qué
decían las noticias sobre aquello. Cuáles eran los síntomas, el
medio de propagación, la mortandad, el tiempo de incubación, TODO.
Empecé a pensar en si yo estaría infectado, y
rápidamente, como un hipocondríaco cualquiera, empecé a toser, a
sentir dolor de cabeza y creer que me ardía el cuello. Secándome el
sudor de la frente entré por la puerta principal de la Facultad de
Biología y Geología y subí por las escaleras que había en frente.
Seguí el pasillo y giré a la izquierda en un ángulo de casi 180
grados. Una puerta quedó frente a mí y un cartel encima;
“Asociaciones Alumnos”. Abrí de golpe y jadeando.
El cuarto era amplio, lleno de montones de sillas
azules, con una gran mesa al centro de la habitación, rodeada del
mismo tipo de sillas. Un sofá verde y desgastado del uso adornaba la
pared derecha y un poco más al fondo una mesa auxiliar con un
ordenador de sobremesa antiquísimo. La pared izquierda estaba llena
de los armarios de las distintas asociaciones. En el extremo más
próximo a la puerta había un escritorio junto a un sillón con
ruedas la mar de cómodo y detrás suyo una pizarra con los horarios
de reuniones de todos los clubes escritos.
En el interior del local se encontraban Alberto y María.
Ambos se sobresaltaron ante mi precipitada entrada. Alberto apartó
su vista del ordenador mientras me preguntaba por mi prisa mañanera.
“¿Qué sabéis del ataque de hace una semana?” Dije
sin prestar atención a las palabras de Alberto.
-Pues joder, no mucho, sólo sé que fue un ataque
bacteriológico o viral, aún está por confirmarse. Evacuaron toda
la zona circundante y fueron aislados en régimen de cuarentena y
esas cosas. También se llevaron algunos cadáveres sin reclamar para
el estudio del agente patógeno.- Alberto me miró con interés. -¿A
qué viene el querer saber de esto una semana después de que se
produjera?
-Creo que ha llegado a España.- Dije mientras me
sentaba en una silla y trataba de recuperar una respiración normal.
-¿Cuáles son los síntomas? ¿Cómo se propaga?
-Tanto no sé, hace unos días que me dejó de
interesar.
-Según la CNN ya han descubierto que la enfermedad está
causada por un virus, una mutación de alguno ya existente, pero una
cepa mucho más resistente y virulenta- María había intervenido en
la conversación -se propaga mediante el contacto, por el agua, pero
nunca por el aire, a menos que alguien infectado te tosa en la cara,
claro.- Hizo una pausa. -Los síntomas son fiebres y mareos, vómitos,
la erupción de pústulas
y hemorragias internas, en última instancia provoca la muerte por
agentes oportunistas en un 90% de los casos.
-¿Cuánto tiempo de incubación tiene?- Pregunté
mientras pensaba en lo dicho.
-Eso aún no se ha confirmado oficialmente, pero por
internet se habla de pocos días e incluso horas.
En mi mente bailaban todos los datos ofrecidos y
empezaba a preguntarme por la veracidad de mis cavilaciones.
-¿Algún otro disturbio menor que hayas visto en la
CNN, María? Como sabes yo no la pillo.- Dije intentando recopilar
más información.
-Sí, lo típico, alguna revuelta del pueblo en contra
de la policía, algún policía que se les ha unido... Muchas
muertes. Ha sido un caos, la mayoría de los estados han sufrido
estos daños, los hospitales están colapsados, asique han tenido que
enviar algún grupo de enfermos y médicos a otros países. Eso
incluye también científicos y muestras del patógeno para su
estudio.- Concluyó de forma seria, mirándome con preocupación.
“Oh no” dijo mi cerebro mientras mi rostro
palidecía. Así era como empezaba una pandemia. Habían llevado el
virus a otros países y ya nada podía hacerse. Maldije mi falta de
información, aunque fuera irrelevante a la hora de prepararse y me
decidí a averiguar más cosas de esta nueva enfermedad.
-Chicos, os va a sonar raro lo que os voy a decir, pero
creo que este virus es algo fuera de lo normal. Creo que podría ser
el fin de la humanidad.
Alberto se rió, pero luego vio que mi semblante
permanecía inmutable y su cara tornó seria.
-No vayáis a clase,- proseguí -voy afuera a ver si mis
pensamientos son reales... Espero que no lo sean. Decídselo a
quienes consideréis oportuno, es mejor que estén avisados de
antemano.
-¿Y qué les decimos? ¿Que te ha dado la neura y crees
que todos vamos a morir?- Era Alberto quien preguntaba.
-Sí.- Saqué el paraguas de mi mochila y me fui del
local teléfono en mano para comenzar a avisar a gente.
Primero llamé a mi novia, que estaba en clase y la hice
ir al metro de Ciudad Universitaria. Por suerte ella estudiaba en la
Facultad de Bellas Artes y eso no estaba excesivamente lejos de la
estación. Después de eso llamé a uno de mis mejores amigos con la
intención de que difundiese la información entre el grupo. Para mi
sorpresa me dijo que él también estaba estudiando este curso en la
Complutense, así pues le hice ir también al metro ante sus gritos
de “me han echado de clase por tu culpa cabrón”, por suerte era
un buen tipo y un mal estudiante, así que no lo decía en serio.
Fui a buen ritmo en la dirección contraria a la que
había ido apenas media hora antes con todos los sentidos alerta y la
sangre golpeándome en el cerebro. Me estaba metiendo en la boca del
lobo, al menos eso me decía mi cabeza. Se acercaba el punto en el
que oí el grito de la chica segundos antes de caer al suelo. Doblé
la esquina y vi gente haciendo vida normal. Me relajé un poco, pero
aún miraba a todas direcciones constantemente.
Ya veía la boca de metro y a Jaime esperándome ahí,
en manga corta como de costumbre. Mochila al hombro me saludó con la
mano abierta y yo le di un abrazo amistoso, pues llevábamos meses
sin vernos siquiera.
-¿Qué pasa? ¿Por qué me has hecho venir?- Dijo con
tono preocupado. Le conté mis sospechas, para mi asombro no me llamó
loco ni se rió, simplemente asintió y dijo que aunque no creía que
fuera para tanto, si me veía tan preocupado tenía que ocurrir algo
muy gordo.
De pronto, sin previo aviso, una marabunta de gente
enloquecida emergió de la boca de metro gritando, atropellándose,
cayendo. Como con un acto reflejo fui hacia allí con Jaime
siguiéndome de cerca para ver qué ocurría y socorrer a los caídos.
“¡Socorro!” “¡Vamos a morir!” “¡Dejadme
entrar, mi amiga/novia está dentro!” “¡No quiero morir!”
Muchos eran los gritos, pero todos tenían el mismo mensaje de muerte
y destrucción. Casi sin pensarlo, mi curiosidad me empujó hacia el
interior del metro. Empecé a luchar contra la gente para intentar
bajar las escaleras, pero antes de poder alcanzar el segundo escalón
Jaime me cogió del hombro y me tiró hacia detrás.
-¿Qué haces puto loco?- Me dijo con cara de asombro.
-¿Qué cojones pretendías hacer ahí abajo, si ni siquiera sabemos
qué ocurre?
Mi colega tenía toda la razón del mundo, pero en el
fondo, mi mente quería comprobar si mis elucubraciones eran ciertas,
aunque quería posponer ese momento al máximo.
-¡Rápido, vámonos a algún sitio, joder! ¡Voy a
llamar a mi novia a ver dónde está para ir con ella y luego ya
irnos a mi facultad!- exclamé mientras tiraba del brazo de Jaime en
dirección contraria a la muchedumbre emergente.
Echamos a correr en dirección a la Facultad de Bellas
Artes, tropezando de vez en cuando con otros transeúntes con prisa,
y algunos que iban despacito ajenos a lo que quiera que hubiese
ocurrido en la boca de metro.
Llegamos después de unos diez minutos a la facultad,
agotados. Allí nos esperaba mi novia, con el semblante preocupado
por mis llamadas.
-¿Qué pasa que venís corriendo?- Se quedó esperando
nuestra respuesta, pero estábamos demasiado ocupados recobrando el
aliento como para poder contestarla. Decidimos entrar a descansar y
sentarnos un rato en los bancos de la entrada y, una vez estuviésemos
algo más descansados, explicarla lo ocurrido.
Cuando por fin dejamos de jadear, (Jaime mucho antes que
yo, pues no estaba nada acostumbrado a hacer deporte) él explicó
todo lo ocurrido, incluyendo la parte de que yo estaba como un
cencerro. Ella si que me llamó loco, dijo que era un exagerado, pero
Jaime se mostró bastante confiado en mi historia, ahora que había
vivido el pequeño incidente del metro.
No la conseguimos convencer, pero yo no quería volver
sin ella, porque sabía que algo malo se estaba cociendo ahí fuera.
Como tenía clase, la acompañamos. Nos pusimos en los asientos de
atrás para poder hablar bajito disimuladamente pero sin impedirla
atender. A pesar de mis súplicas para que creyera en mí, ella se
cerraba en banda y se negaba a confiar. Tras esa clase fuimos a la
siguiente. Estábamos perdiendo demasiado tiempo, un tiempo muy
valioso.
Durante esa segunda clase, en el momento en el que
estaba a punto de mandarnos a freír espárragos, la puerta se abrió
violentamente. Toda la clase volvió la cabeza hacia la puerta y el
profesor se acercó a ella mientras decía “No puedes pasar”,
pero la frase se quedó a medias cuando la persona que había al otro
lado se abalanzó sobre el profesor, le agarró los brazos y le tiró
contra el suelo. La cabeza del profesor se dio contra la tarima de
madera y se abrió por la mitad como un melón maduro. La sangre
comenzó a brotar y los sesos resbalaron un poco por entre el cuero
cabelludo, escurriéndose al suelo. El agresor se levantó
lentamente, miró a la multitud y lanzó un grito.
Al grito se unió el de una muchacha, y luego otra, y
luego otros tantos alumnos. Todo el mundo se puso en pie y trató de
salir de cualquier manera de la clase. Hubo atropellos y empujones
por todas partes. La gente se acumuló en los pasillos intentando
salir a la desesperada sin ningún orden. Nosotros tres nos vimos
sumergidos en la marea de gente. Volví mi vista a todos lados
tratando de conseguir una vía para escapar de la prisión en que se
estaba convirtiendo el aula.
“Allí” gritó Jaime señalando una de las ventanas
de la clase. Debían estar a unos tres metros de altura, nada que no
se pudiera superar subiéndonos en una mesa y ayudándonos los unos a
los otros para salir. Nos acercamos a ella como pudimos, mientras el
agresor se cernía sobre la muchedumbre. Ayudé a Jaime a subir y
luego a mi novia. Cuando estaba a punto de salir, un chico me pidió
por favor que le ayudara a salir también. Lo hice, y cuando le tendí
la mano para que ahora me ayudase él, me miró a los ojos, y saltó
hacia el otro lado. Maldije lo más alto que pude y pedí ayuda a mis
amigos, que también habían bajado por el otro lado. Jaime me
contestó que saliera rápido, que me esperarían cerca de la puerta.
-Tened cuidado.- Les pedí con preocupación.
-Tú también.- Me respondieron.
Aferré con fuerza el paraguas y tanteé mi próximo
movimiento. El aula estaba algo más vacía, pero se había formado
un tapón en las dos puertas. No veía al agresor por ninguna parte,
eso era quizá lo más inquietante. Me armé de valor y comencé a
abrirme paso entre la gente, echándolos a los lados. Suficiente me
habían engañado ya. Ahora lo único que me importaba era salir de
ahí cuanto antes.
Crucé el marco de la puerta y salí al pasillo. Había
muchísima más gente aglomerada.
Al parecer, había pasado algo similar en la mayoría de
las clases. La gente avanzaba confusamente y dando tumbos hacia donde
podían. Alcancé las escaleras y me agarré al pasamanos todo lo
fuerte que pude para evitar que los empujones me derribasen. Pude ver
en algunas zonas gente caída y sangre, mucha sangre.
Todo era muy caótico, gente dándose golpes, no sólo
para poder avanzar, sino por alguna disputa. Algunos estaban
agachados junto a los caídos, recibiendo algún pisotón ocasional.
Las lágrimas afloraban en los rostros de muchas personas. Finalmente
me orienté y tomé el camino que me debía llevar fuera de la
facultad. Una mano se aferró a mi tobillo y por puro instinto solté
una patada con el otro pie que fue a parar a la cara de algún pobre
desdichado. Me disculpé girando levemente la cabeza, pero en
realidad no me preocupaba en absoluto, en aquél momento, sólo
quería salir de ahí.
Cuando estaba atravesando la puerta de salida me quedé
clavado en el sitio, mirando el horizonte, viendo columnas de humo
elevarse al cielo. No era el único que se había quedado quieto,
petrificado. De pronto la masa de gente comenzó a salir en tropel y
me empujaron por la espalda, haciéndome caer escaleras abajo.
El cuerpo me dolía, sentí la tentación de quedarme
ahí tirado lamentando mi situación, pero en lugar de eso me puse en
pie lo más rápido que pude para evitar ser aplastado. Un dolor
punzante recorrió mi pierna izquierda. Me la agarré con la mano en
un acto reflejo y eché a andar hacia donde deberían estar
esperándome mis amigos.
Corrieron hacia mí en cuanto me vieron.
-Las cosas se están complicando Juanma, no tendríamos
que habernos entretenido tanto aquí,- me dijo Jaime mientras miraba
a mi novia diciendo mentalmente “te lo dije”.
-Ese tío no parecía un terrorista, ¿no? Además, ¿qué
quería conseguir con esto? ¿Por qué desarmado? Nada tiene
sentido.- Dije más para mí mismo que otra cosa.
-No lo sé, pero será mejor que nos vayamos. ¿Qué
tenías pensado hacer después de reunirnos con tu novia?- La frase
que iba a decir quedó en el aire cuando la interrumpió el grito de
mi novia.
Jaime y yo giramos la cabeza para descubrir con horror
la razón de tan espantoso chillido; un hombre estaba mordiendo el
cuello de mi novia, pero de una forma muy poco erótica. La sangre
resbalaba y la voz se apagaba. Mi rabia viajó hacia los puños y los
arrojé contra la cara del hombre, que cayó hacia atrás llevándose
consigo un pedazo del cuello de mi novia. Ella se llevó la manos al
mordisco y luego acercó una su cara. Contempló horrorizada la palma
roja y con lágrimas en los ojos me miró al tiempo que caía al
suelo, aparentemente sin vida.
Jaime se había quedado paralizado ante la escena
mientras que yo me agaché rápidamente y pasé uno de mis brazos
bajo el cuello de ella. Levanté un poco su cabeza, le aparté los
mechones de la cara y susurré su nombre entre sollozos. Un gemido a
mi lado me hizo apartar un poco la vista. El hombre al que acababa de
agredir y que había matado a mi novia se levantaba poco a poco.
Masticaba el pedazo de yugular que había arrancado de
cuajo. Chorreaba sangre. Tenía la vista neblinosa y los ojos, por
consiguiente, blancuzcos, pero con muchos puntos sanguinolentos. Sus
ropas estaban rasgadas y todas las partes visibles del cuerpo estaban
llenas de costras infectadas. Su aspecto general daba repelús y
echaba para atrás. Un escalofrío recorrió mi espalda.
Agarré el paraguas con rabia y acometí contra el pecho
del hombre, que volvió a caer. Mientras estaba en el suelo con mi
paraguas aún aprisionándole el cuello, estiró un brazo y lo agarró
con una fuerza sobrehumana. Para empezar, un humano corriente no se
habría levantado después de semejante golpe; un golpe que, sin
duda, le había roto el esternón.
Abrí los ojos de par en par mientras comenzaba a
asimilar todo lo ocurrido. El hombre, o más bien la criatura,
levantó la cabeza y dejó escapar un sonido gutural. Retrocedí
lentamente hasta chocar con Jaime. Me giré bruscamente y a punto
estuve de propinarle un puñetazo también a él. Tenía una
expresión de miedo y sorpresa. Había entrado en shock después de
ver morir a mi novia frente a sus ojos y mi explosión de rabia. Por
desgracia para ella, no pude quedarme ni hacer nada más, las cosas
se estaban complicando y teníamos que irnos de allí.
-¡Vamos, esto no es normal, tenemos que volver a mi
facultad!- Dije de forma muy histérica a Jaime, que se giró
lentamente y echó a correr a mi lado.
-¿¡Qué ha sido eso!? ¿Vamos a dejar tirada ahí a tu
novia?
El remordimiento comenzó a acosarme. Empecé a pensar
en volver. Pero mi cabeza me decía que eso no era posible, que,
aunque no era más que una teoría, las novelas que solía leer se
habían hecho realidad.
Mientras corríamos hacia la facultad de biología,
vimos a nuestro paso la misma imagen de caos y muerte. Cientos de
personas caídas, otras tantas a su alrededor, llorándoles
supusimos. La carretera estaba llena de coches accidentados y
ardiendo. También chocamos mucho con personas que corrían en todas
direcciones. Finalmente, la facultad apareció ante nuestros ojos.
Entramos con cuidado y subimos las escaleras buscando el aula de
asociaciones.
Puse la mano en el pomo, contuve el aliento esperando
que todos se hubieran puesto a salvo, y empujé para entrar. La
puerta estaba cerrada. Dí un golpe por la frustración de pensar que
se habían ido todos cuando, una voz sonó desde dentro: “¿Quién
es?”. Era una voz de hombre, firme y enérgica. “Somos miembros
de la asociación, soy Juanma”, grité. En seguida oí una voz
femenina gritando mi nombre, era María.
Nos abrieron la puerta y tras entrar la volvieron a
cerrar con llave por dentro. Se habían reunido unas cuantas personas
de las asociaciones. Ahí dentro estaban Alberto y María, el novio
de ésta; Miguel, Juanjo, Sara la presidenta, Fran, Álvaro, Félix,
Dani y Mario y algunas personas de las otras asociaciones cuyos
nombres desconocía.
-¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien?- Dijimos casi a la
par Alberto y yo. -Algo así, pero me temo que mis pesadillas sean
ciertas.- Dije con un tono sombrío.
-Hemos avisado a todos los que hemos podido, Luis, Pau y
Manu están en camino. Mina hoy tenía dentista y no va a venir.
Me preparé mentalmente para lo que tenía que decirles.
Los miré uno a uno a los ojos y finalmente hablé:
-Sé que no es fácil de asimilar, pero creo que nos
encontramos ante la mayor catástrofe de la humanidad, ante algo que
podría suponer su destrucción total. Creo que nos estamos
enfrentando a zombis.
La gente se me quedó mirando muy seria. Pronto se
escucharon las primeras risas y comentarios del tipo: “Joder tío,
y yo que me lo estaba creyendo. No es más que una absurda trola de
los frikis estos”.
Toda aquella gente desconocida se levantó y fueron
marchándose del local entre risas. Entretanto yo estaba en mi mundo
intentando esclarecer los hechos para una explicación más
coherente.
-¿Estás seguro? ¿No habrás estado tomando algo?-
Dijo Sara con una sonrisilla en la cara mientras se levantaba
lentamente.
-Dice la verdad.- Jaime había salido en mi ayuda una
vez más. -Yo mismo lo he visto. Hemos sido testigos de cómo alguien
muy apreciado por nosotros moría después de haber recibido un
mordisco en el cuello.- Un dolor punzante atacó mi pecho.
-Pero eso no demuestra nada, ¿lo visteis revivir acaso?
No estáis diciendo más que tonterías.- Hablaba Mario.
-Tal vez no,- dije lentamente, -pero lo que no podéis
negarme es que todo esto se está yendo a la mierda, sólo tenéis
que salir fuera y verlo con vuestros propios ojos.- Los miré a los
ojos. Todos ellos tenían una ligera expresión triste en la cara.
-Lo primero será garantizarnos un lugar seguro, que creo que debería
ser este local, lo segundo tendría que ser rescatar a nuestros
amigos, traerlos aquí sanos y salvos. Si vamos en grupo, tendremos
más posibilidades de sobrevivir.
-¿No crees que exageras un poco? A pesar de todo, te
estás dejando llevar por una locura infundada.- Comentó alguien.
-Espero que tengas razón, pero más vale prevenir que
curar. Yo iré a salvar a Mina, sé conducir, pero no tengo mi coche
aquí ni sé llegar a dónde sea que viva.
-Yo tengo GPS en el móvil, sé dónde vive y sé
hacerle un puente a un coche.- Respondió Juanjo rápidamente
mientras posaba su mano sobre mi hombro. -Pero después tendremos que
pasar a por Ana. He hablado con ella y ahora está encerrada sola en
casa.
-No te preocupes, no pienso dejar que a tu novia le pase
nada si puedo evitarlo.
-Yo os acompañaré por lo que pudiera pasar.- Dijo
Félix dando un paso adelante.
-Muy bien. Más ya no podemos ser o no podríamos ir en
un coche. El resto deberíais quedaros aquí asegurando que nada ni
nadie extraño entre. Quizá deberían salir un par de personas a
encontrarse con los que están en camino para alertarles y
garantizarles protección.
Mario y Miguel se ofrecieron voluntarios para ello.
Cogieron del rincón la persiana veneciana que teníamos pendiente de
reciclar y la partieron en dos. Sacaron los tubos metálicos rotos y
comprobaron lo fuerte que podían golpear en caso de necesidad.
Mientras miraba con satisfacción las prácticas de
Miguel y Mario, Jaime me cogió del hombro y me apartó del grupo.
-No tienes que hacer esto Juanma. Creo que te estás
dejando llevar por la muerte de tu novia, te sientes culpable y
quieres enmendarlo salvando a otros. Si no controlas tus emociones
puedes conducirnos al desastre.
-Tranquilo Jaime, sé lo que hago.- Lo miré. Sus ojos
estaban llenos de preocupación.
-Creo que no entiendes la magnitud de tus actos.
¡Míralos!- Giré mi cabeza en torno a la sala. Todos estaban listos
para ayudarse unos a otros, y todos estaban mirándome. -Creo que te
están tratando como un líder, porque hablas como uno.
Los miré uno por uno y sentí que Jaime tenía razón.
Una mezcla de sensaciones, de nerviosismo y de poder se juntó en mi
interior. Recuperé mi autocontrol y finalmente me dirigí a todos.
-En mi ausencia Jaime será el líder. Hacedle caso,
pues ha estado ahí fuera conmigo y es más consciente de la
situación actual que vosotros.- Hice una breve pausa. -No dejéis
entrar a nadie que no sepa la contraseña, que consistirá en una
sucesión de tres golpes cortos y un gran golpe fuerte. Si queréis,
para mayor seguridad también podéis decir 'Balrog'.- Este último
comentario estaba destinado a calmar un poco los ánimos y que no
estuvieran tan tensos, ya que eso podría resultar bastante mal.
-Vámonos ya. ¡Tened cuidado!- Deseé mientras salía
por la puerta con precaución y le hacía gestos a Félix y Juanjo
para que me siguieran.
-Vamos a tener que bajar al garaje y robar un coche.-
Dijo Félix tan tranquilamente, mientras que Juanjo se frotaba las
manos.
-¡Qué emoción!- Dijo satisfactoriamente. -Y bien
considerado, esto no es ni un delito.
Suspiré mientras nos acercábamos sigilosamente a las
escaleras de bajada al garaje. Yo, armado con mi paraguas iba el
primero, guiando a mis compañeros que tenían una pata de silla cada
uno a modo de arma.
El pasillo principal de la facultad se encontraba ahora
vacío, silencioso. Con la sensación de peligro constante, abrí las
puertas que cerraban el acceso a las escaleras y chirriaron como mil
demonios. Mi corazón latió más rápido cuando el sonido de una voz
salida de ultratumba llegó a nuestros oídos. Un brazo seguido de su
correspondiente cuerpo dobló la esquina tambaleante. Caminaba
dificultosamente, chocando con sus propios pies al andar. Sus ropas
estaban llenas de sangre y le faltaba un buen pedazo de cara en la
parte derecha del rostro.
Su único ojo se fijó en mí y aceleró la marcha.
Quedé paralizado ante la visión del monstruo que se cernía sobre
mí. Por suerte, Juanjo se aproximó al ser y le propinó un golpe en
las piernas que hizo que la criatura se desplomara. El sonido y la
visión de ese ser cayendo al suelo me hizo volver a la realidad.
-Me recuerda a Bartolo.- Comentó Félix mientras se
reía.
Todos soltamos una risa breve, hasta que Bartolo volvió
a intentar levantarse.
-¡A dormir!- Grité mientras asestaba un fuerte golpe
en la cabeza del ser, escuchando cómo las puntas del paraguas se
rompían. Se había quedado doblado y algo separado del mango. Ahora
era un trasto más bien inútil.
Bartolo volvió a hacer un amago de levantarse, pero
Juanjo le clavó la pata por el hueco del ojo y acabó con la “vida”
de aquello. Me sequé el sudor de la frente mientras trataba de
recuperar el ritmo normal de mi respiración.
-Joder, me he quedado sin arma.- Dije frustrado.
-¿Porqué no le quitas un hueso a Bartolo? ¡Si no lo
va a usar!- Dijo Félix conservando el buen humor.
Juanjo se agachó “¿Fémur?” y mientras se reía
asestó una serie de golpes hasta que consiguió separar una pierna
del tronco. “Pobre desdichado”, pensé mientras me intentaba
consolar con el hecho de que él lo hubiera querido así. Si yo me
hubiera convertido en eso, me hubiera gustado serle útil a alguien.
Comprobé que no tuviera heridas en las manos, para
prevenir el contagio, y me puse manos a la obra. Con muchísimo
esfuerzo acabé rindiéndome y decidiendo que llevásemos la pierna a
la cocina.
Avanzamos cautelosamente. La cafetería estaba vacía y
era la antesala a nuestro destino. Llegué a la puerta y la abrí con
cuidado. Inspeccioné el interior desde el marco. Despejado. Entré
como Pedro por su casa y rebusqué en los armarios. Un cuchillo de
carnicero, justo lo que estaba buscando.
Puse la pierna como si fuera una pata de jamón del
bueno y comencé a quitarle la carne. Me dieron arcadas, pero las
contuve. Finalmente llegué a hueso. Lo partí y conseguí sacarlo de
entre los restos de carne y tendones del susodicho.
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Creado a partir de la obra en http://junmaventuraspokemon.blogspot.com.es.
Me siento decepcionado de que no salgan pokémon a pesar del nombre del blog.
ResponderEliminarPor otra parte, el libro está bien, pero prefiero la película.
Y estoy de camino *.*
Digamos que este proyecto nada tiene que ver con pokémon (que ha sido aplazado hasta Octubre), y no puede ser mejor la película si aún no la he hecho, xD
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