El niño salió a jugar al patio como acostumbraba a hacer, pero pronto reparó en la presencia de una bella flor creciendo a solas en un pequeño recinto del jardín. “Qué flor más bonita”, pensó mientras acercaba para cogerla, mas una abeja salió de su interior y el chico huyó asustado. “No volveré a acercarme”, dijo mientras entraba a casa.
El día siguiente volvió a reparar en la belleza de aquella flor, y volvió a acercarse para recogerla. Una nueva abeja salió, pero esta vez el niño no se inmutó y siguió avanzando aún cuando ésta le picó en la mano. Giró sus dedos en torno al delicado tallo de la planta y retiró la mano con un movimiento rápido tras pincharse. “No volveré a acercarme”, dijo nuevamente.
A la tarde siguiente repitió el proceso. Otra abeja clavó su aguijón mientras se acercaba, y volvió a clavarse las espinas de la planta. Apretó fuerte notando la sangre resbalar por la palma y tiró con fuerza sacando la planta con raíces y todo. La dejó en un jarrón con agua mientras preparaba un hueco en una maceta donde crecían otras flores hermosas, entonces la trasplantó con las demás, y ya no le importó el dolor que sentía mientras la contemplaba cada día.
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