jueves, 6 de noviembre de 2014

Lobi.

Aún no ha pasado mientras escribo estas líneas, pero temo no poder hacerlo luego.
Hoy hay que decirle adiós a un gran amigo, a alguien que ha estado junto a mí
¿16? ¿17 años? No sé el tiempo que estuvo con nosotros, se me dan mal las fechas, pero estuvo prácticamente toda la vida a mi lado.

Recuerdo el día en que fuimos a por ti.
Estabas en la casa de uno de los amigos de Papá.
Durante esa semana nos habían dicho a Ángel y a mí que íbamos a tener un perrito.
Decían que en esa casa tenían uno bueno y “una aspiradora”.
Yo dije que no quería la aspiradora.
Pero me alegro de que ése fuera el que nos llevamos.

Eras como un peluche.
Estabas asustado, escondido debajo de la mesa, entre las sillas.
Yo me agaché a saludarte y gateé hasta poder acariciarte.
“Parece un lobito” dije.
Y Lobito se llamó, Lobi para la familia.

Recuerdo enfadarme con la gente que le llamaba Bobby o Tobi.
Ése no era mi perro.
Mi perro era un lobo.
Recuerdo los días jugando en el piso, saltando, besándote y tú lamiéndome.
Recuerdo cuando me mordiste jugando y yo me enfadé contigo.
No duró mucho.
Recuerdo cuando una vez que te saqué a pasear, corriste por entre mis piernas con tal sorpresa que hice una voltereta y caí al suelo.
Y por supuesto recuerdo cuando te llevamos al campo en aquél día de la tortilla, dabas saltos como loco y perseguías a las perdices. Conseguiste cazar una. Me sentía muy orgulloso.

Luego fuimos al chalet.
Tu casa pasó a ser el porche delantero, pero siempre estabas suelto por el jardín.
Te gustaba escaparte por debajo de la puerta del garaje y salir por el pueblo con tus amigos.
Sí, mi perro se iba de fiesta con otros perros del barrio.
Y era el líder.

Cuando salía aullaba, y en un minuto reunía a toda la banda y se iban a liarla.
Por culpa de eso te ganaste algunos enemigos.
Había un perro al que odiabas, seguramente porque no quiso unirse a tu banda.
Te peleabas con él cada vez que lo veías, te hervía la sangre.
Siempre ibas a esperarle a su puerta, pero eso fue un error.

Su dueño te pegaba cuando te veía.
Ese cabrón te hizo polvo e hizo que te volvieras conflictivo.
Odiabas a prácticamente todos los perros, y si te enfadabas te encarabas a tu familia.
Menos a mí. Y más tarde a otra persona más, que también te quiso y te cuidó.
Yo siempre pude curarte las heridas, siempre me dejaste cuidarte y cogerte en brazos.
A pesar de que lo odiabas.

A quien más odiabas era a mi padre.
Al hombre que te paraba los pies cuando te enfadabas, aunque hiciera que te enfadases más.
Cuando tuvimos que cambiarte al porche trasero, no lo permitiste y cada vez que podías te atrincherabas en el delantero otra vez.
Recuerdo una vez que saliste al campo y empezaste a perseguir liebres.
¡Como corrían las muy putas!
Y como te enfadabas cada vez que un galgo te adelantaba y se llevaba a tu presa.
A pesar de ser paticorto nunca te faltó determinación para intentarlo.

Aún recuerdo que pusimos unos tablones tapando el hueco bajo la puerta.
Y tú los quitabas para poder salir a pasear con tus amigos.
Y alguna vez los trajiste a casa.
Y cuando cambiamos la puerta ya no había manera de escaquearse y salir.
Pero como siempre andabas por el jardín sabías esperar a que alguien quisiera irse para escapar.
Esparciste tanto tu semilla que debe haber cachorros tuyos por todas partes.
Y cuando volvías, te sentabas frente a la puerta, hasta que alguien te veía y llamaba al telefonillo para que te abriéramos.

Luego te empezaste a hacer viejo.
Las cataratas, ya no veías igual, pero mantenías la mala hostia,
La sordera, empezabas a no oír cuando te llamábamos, y eso te confundía.
Ya no podías hacer los trucos que habías aprendido.
Sentarte, dar la pata, tumbarte, hacerte el muerto y rodar.
Sólo tú sabías hacer todo eso con una sola orden.
Y con gestos de la mano.

Cuando empezaron a darte los ictus hace casi un año pensaba que no ibas a poder seguir.
Ladraste con fuerza, porque te dolía.
Perdiste gran parte de tu movilidad, pero no las ganas de luchar.
Apenas te mantenías en pie y andabas en círculos.
Caías cuando agachabas el culo para hacer tus cosas, pero seguías pudiendo levantarte a veces.
Empecé a pensar que era una etapa más, la última de tu vida, y que aún durarías mucho tiempo.

Para todos eras un lastre, pero yo seguía ahí para ti.
Para levantarte.
Para sacarte.
Para bañarte.
Para cogerte en brazos y besarte.
Para ti.

Anoche empeoraste.
Volvió a darte un ataque después de mucho tiempo tranquilo.
Echaste sangre.
No controlabas tus esfínteres.
No puedes más.

Mi madre va a llamar para sacrificarte.
No sufrirás más.
Podrás descansar.
Y volver a correr, sin esperar a que nadie te abra la puerta.
Estarás en un lugar mejor.
Pero siempre seguirás conmigo.
En mi corazón.
En mi alma.


Hasta otra, Lobo.

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