Hoy hay que decirle adiós a un gran
amigo, a alguien que ha estado junto a mí
¿16? ¿17 años? No sé el tiempo que
estuvo con nosotros, se me dan mal las fechas, pero estuvo
prácticamente toda la vida a mi lado.
Recuerdo el día en que fuimos a por
ti.
Estabas en la casa de uno de los amigos
de Papá.
Decían que en esa casa tenían uno
bueno y “una aspiradora”.
Yo dije que no quería la aspiradora.
Pero me alegro de que ése fuera el que
nos llevamos.
Eras como un peluche.
Estabas asustado, escondido debajo de
la mesa, entre las sillas.
Yo me agaché a saludarte y gateé
hasta poder acariciarte.
“Parece un lobito” dije.
Y Lobito se llamó, Lobi para la
familia.
Recuerdo enfadarme con la gente que le
llamaba Bobby o Tobi.
Ése no era mi perro.
Mi perro era un lobo.
Recuerdo los días jugando en el piso,
saltando, besándote y tú lamiéndome.
No duró mucho.
Recuerdo cuando una vez que te saqué a
pasear, corriste por entre mis piernas con tal sorpresa que hice una
voltereta y caí al suelo.
Y por supuesto recuerdo cuando te
llevamos al campo en aquél día de la tortilla, dabas saltos como
loco y perseguías a las perdices. Conseguiste cazar una. Me sentía
muy orgulloso.
Luego fuimos al chalet.
Te gustaba escaparte por debajo de la
puerta del garaje y salir por el pueblo con tus amigos.
Sí, mi perro se iba de fiesta con
otros perros del barrio.
Y era el líder.
Cuando salía aullaba, y en un minuto
reunía a toda la banda y se iban a liarla.
Por culpa de eso te ganaste algunos
enemigos.
Había un perro al que odiabas,
seguramente porque no quiso unirse a tu banda.
Te peleabas con él cada vez que lo
veías, te hervía la sangre.
Siempre ibas a esperarle a su puerta,
pero eso fue un error.
Su dueño te pegaba cuando te veía.
Odiabas a prácticamente todos los
perros, y si te enfadabas te encarabas a tu familia.
Menos a mí. Y más tarde a otra
persona más, que también te quiso y te cuidó.
Yo siempre pude curarte las heridas,
siempre me dejaste cuidarte y cogerte en brazos.
A pesar de que lo odiabas.
A quien más odiabas era a mi padre.
Al hombre que te paraba los pies cuando
te enfadabas, aunque hiciera que te enfadases más.
Cuando tuvimos que cambiarte al porche
trasero, no lo permitiste y cada vez que podías te atrincherabas en
el delantero otra vez.
Recuerdo una vez que saliste al campo y
empezaste a perseguir liebres.
¡Como corrían las muy putas!
Y como te enfadabas cada vez que un
galgo te adelantaba y se llevaba a tu presa.
A pesar de ser paticorto nunca te faltó
determinación para intentarlo.
Aún recuerdo que pusimos unos tablones
tapando el hueco bajo la puerta.
Y tú los quitabas para poder salir a
pasear con tus amigos.
Y alguna vez los trajiste a casa.
Y cuando cambiamos la puerta ya no
había manera de escaquearse y salir.
Pero como siempre andabas por el jardín
sabías esperar a que alguien quisiera irse para escapar.
Esparciste tanto tu semilla que debe
haber cachorros tuyos por todas partes.
Y cuando volvías, te sentabas frente a
la puerta, hasta que alguien te veía y llamaba al telefonillo para
que te abriéramos.
Luego te empezaste a hacer viejo.
Las cataratas, ya no veías igual, pero
mantenías la mala hostia,
La sordera, empezabas a no oír cuando
te llamábamos, y eso te confundía.
Ya no podías hacer los trucos que
habías aprendido.
Sentarte, dar la pata, tumbarte,
hacerte el muerto y rodar.
Sólo tú sabías hacer todo eso con
una sola orden.
Y con gestos de la mano.
Cuando empezaron a darte los ictus hace
casi un año pensaba que no ibas a poder seguir.
Ladraste con fuerza, porque te dolía.
Perdiste gran parte de tu movilidad,
pero no las ganas de luchar.
Apenas te mantenías en pie y andabas
en círculos.
Caías cuando agachabas el culo para
hacer tus cosas, pero seguías pudiendo levantarte a veces.
Empecé a pensar que era una etapa más,
la última de tu vida, y que aún durarías mucho tiempo.
Para todos eras un lastre, pero yo
seguía ahí para ti.
Para levantarte.
Para sacarte.
Para bañarte.
Para cogerte en brazos y besarte.
Para ti.
Anoche empeoraste.
Volvió a darte un ataque después de
mucho tiempo tranquilo.
Echaste sangre.
No controlabas tus esfínteres.
No puedes más.
Mi madre va a llamar para sacrificarte.
No sufrirás más.
Podrás descansar.
Y volver a correr, sin esperar a que
nadie te abra la puerta.
Estarás en un lugar mejor.
Pero siempre seguirás conmigo.
En mi corazón.
En mi alma.
Hasta otra, Lobo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario