Se levantó de la cama con un gran dolor en todo su cuerpo. Antepuso el dorso de su mano frente a los ojos para tapar toda la luz que le cegaba.
Observó con dificultad a su compañera que aún dormía.
Contempló la hermosa espalda de su amante y las dos blancas alas que le salían de los omóplatos.
Aquél hermoso ángel que le había hecho desafíar a los demonios, a los de su sangre, repudiando todo por lo que había luchado antaño.
Salió de la sala con cuidado de no hacer ruido y se vistió. Comprobó el número de quemaduras y laceraciones nuevas y las cubrió con gasa.
Su compañera brillaba tanto que le dolía en la piel, pero más le dolía su ausencia, por lo que no se quejó.
Abrió el armario y sacó de su interior un par de guadañas, las cargó a la espada y salió de la casa.
Extendió sus rasgadas alas y voló con intención de luchar hasta el final contra su pasado.
Hasta su final.
Para que ella no tuviera que volver a sufrir, daría su vida.
Y lo haría con gusto.
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